La lucha libre tuvo su impulso definitivo como deporte a partir de la fortuna. Salvador Lutteroth, dueño de la Empresa Mexicana de Lucha Libre (EMLL), utilizó parte de los 40 millones de pesos que recibió tras ganar el premio mayor de la Lotería Nacional para construir, en 1940, la Arena Coliseo, un lugar digno para realizar grandes funciones.
El 2 de abril de 1943, el rumbo de la lucha libre dio un giro de 360 grados con la apertura de la Arena Coliseo, en la calle de Perú, en el Centro Histórico, un lugar que a lo largo de 70 años ha visto batallas épicas del deporte de los costalazos y que se ha convertido en fábrica de campeones del pancracio y el boxeo.
Con la presencia de Luis M. Martínez, arzobispo de la Ciudad de México, y de Javier Rojo Gómez, regente capitalino, se inauguró el recinto, en donde el público podía ver dos veces por semana a esos gladiadores que realizaban grandes vuelos, topes y que apostaban sus cabelleras y máscaras.
En las manos de Francisco Bullman se dejó la labor de crear una arena que fuera atractiva para la gente; el arquitecto se basó en el Olympic Auditorium de Los Ángeles para la construcción, pero dio a su creación un original diseño con forma de embudo, con una altura de 22 metros del suelo al techo y capacidad para seis mil 400 personas aproximadamente.
Las funciones de boxeo se realizaron por primera ocasión un mes después de la apertura del Embudo de la Lagunilla’, el 1 de mayo de 1943, con una pelea entre Ernesto Aguilar, campeón nacional peso Gallo, y Leonardo López.
En 70 años de historia, esta Arena únicamente ha tenido una remodelación, en 2009.
La Coliseo ha visto el nacimiento ídolos y ha sido sede de memorables enfrentamientos sobre el cuadrilátero, y en él la afición, durante siete décadas, apoya, grita y enardece cada fin de semana.