Frío, lluvia y reventa a precio de oro es lo que se encontrarán los más de 80 mil hinchas alemanes en Londres, para presenciar mañana la final de la Champions, que por el momento es apenas uno más de los muchos espectáculos de ocio en la ciudad.
Nada parecía indicar ayer que en breve se celebrará en la capital inglesa uno de los acontecimientos deportivos más importantes de la temporada, como es la gran final europea que reunirá a los alemanes Bayern Munich y Borussia Dortmund.
En Londres la primavera siempre está por marcharse. Siempre se demora en hacerlo. La húmeda ciudad inglesa permaneció casi todo el día envuelta en nubes, lluvia y frío. Apenas unos apuntes de sol tardíos distrajeron a los londindeses de la monotonía general del aire.
Y acorde con el tiempo estaba la temperatura futbolística. Nada en los alrededores del estadio de Wembley parecía publicitar la inminencia de un espectáculo futbolístico. Como en casi todas las partes del mundo, los accesos al estadio eran un amasijo de hierros y obreros intentando completar la obra a tiempo para el comienzo del show.
También había más policías que aficionados. Bastante más. Londres estaba ayer más preocupada por el asesinato del miércoles de un policía a machetazos. Y más después de las fotografías del atroz crimen que publicó la prensa, provocando un amplio debate que se extendió desde las televisiones a los pubs.
Sólo un detalle permitió adivinar que en Wembley llega en poco el primer gran partido del año: la aparición de los revendedores, esas personas que se apostan en accesos estratégicos al estadio ofreciendo entradas.
“Tickets, tickets”, susurraba uno de ellos, llamado George, a los pocos despistados que pasaban por debajo del puente que lleva a Wembley, el lugar más discreto posible para ofrecer una transacción tan particular.
Los precios son astronómicos: mil 500 dólares la entrada más cara y 755 la más barata. Cuatro veces más de su precio original. Y George avisa: “Es una gran oportunidad, mañana costarán el doble… ¡o el triple!”.
Y como el particular comerciante es de dudosa legalidad, pero muy ordenado, entrega a los interesados una tarjeta con el nombre de su “empresa” (P.A. Productions), que incluye su teléfono móvil y hasta correo electrónico: “Aquí siempre hay trabajo, estamos para servirles”, se despide.
George de momento es ajeno a lo que sucede en la ciudad y en concreto en Oxford Street, el centro neurálgico de la capital, la zona central en la que mueven su dinero los ciudadanos londinenses más consumistas.
Allí es otro día normal. No se ve a un solo hincha alemán y en las tiendas no se exponen camisetas ni bufandas de Bayern Munich o Borussia Dortmund. Sólo las ropas con las leyendas de siempre: I Love London.
Pero otra cosa ocurrirá a partir de hoy, cuando se espera la llegada de 80 mil hinchas alemanes, aunque sólo 60 mil podrán entrar en Wembley.