El olor a marihuana rodea a sus visitantes como si se tratase del aviso de su presencia. Penetrante, robusto y contundente para el extraño; familiar, natural y hasta imperceptible para los habitantes del lugar, el estadio Nacional tiene el aroma que perturba los sentidos y que promete ser una aduana difícil para México mañana.
Pareciera como si ese coloso de la ciudad de Kingston hubiese nacido con el perfume de la peculiar hierba.
Los jóvenes de la zona, con el “churro” en sus bocas, son minoría ante quienes llegan en bicicleta, se encuentran jugando basquetbol o ensayan una coreografía. Otros simplemente caminan o están sentados en las banquetas del Independence Park, donde está enclavado el recinto. Pero ese olor a hierba nunca se va del hogar de los Reggae Boyz.
Bob Marley cuida de ese coso que está por ser futbolero en unas horas y que también sirve para desarrollar a los hombres y mujeres que hoy presumen son los más veloces del planeta. La estatua del legendario músico de reggae está enrejada, pero su mirada siempre está al tanto de lo que acontece ahí.
Todo luce deteriorado a comparación de la efigie del cantante. Está intacta, nadie viola esa reja que la divide de los paseantes para hacerle algún daño a esa figura. Es cuando cualquiera se da cuenta del respeto y la pleitesía que se le rinde al “semidios” jamaicano. Es intocable.
Hay otros guardianes del estadio Nacional en el que Jamaica y México están obligados a ganar y mantenerse en la lucha por llegar al Mundial de Brasil 2014.
En la explanada del inmueble se encuentra una estatua de un corredor que representa al atleta jamaicano. Se muestra como el prototipo de humano todopoderoso en la pista de tartán que ha catapultado a la isla caribeña al mundo con el brillo del oro olímpico.
Lo que faltaría para cualquier aficionado balompédico son los grandes anuncios que alertan del gran partido. No hay tales, ni algo que insinúe un aparato de mercadotecnia. No, Jamaica luce hasta desinteresada por el futbol. De hecho, el estadio se ocupa para otras actividades, a unas horas del partido eliminatorio.
Unas jóvenes entrenan unos bailes para un concurso. Trabajadores se ponen a soldar metales para apuntalar el recinto. Otros simplemente están sentados en la sillas de aluminio que fungen como gradas. El fervor por ver al equipo nacional de Jamaica nunca se deja sentir. Eso sí, “cuando llegue el duelo, será una fiesta”, advierte un soldador que trabaja para mejorar las instalaciones del National Stadium.
Las cuidadoras ni siquiera saben quién es El Chicharito. Les suena el nombre del Manchester United, pero ignoraban que la estrella del Tri jugaría en Kingston. “¿Quién es Javier Hernández”, se pregunta una de ellas.
Las horas se acercan, el escenario abrirá sus puertas para el crucial duelo entre Jamaica y México. El olor a marihuana será un espectador más.