Habían pasado casi cinco minutos desde que Arjen Robben marcó el gol (89’) que dio al Bayern Munich la quinta Champions League en su historia, pero el veloz “cisne” holandés seguía desconectado, incrédulo ante el nuevo obsequio que le otorgó la vida sobre suelo inglés.
Mágica redención de un hombre con nervios de acero, por más que se le tilde de “pecho frío”. Él sabe que su sangre hierve. Lo demostró hace casi una década, cuando le fue detectado cáncer en el testículo izquierdo.
Enero de 2004. La habilidad y rapidez del hoy semidios para los bávaros sedujeron al Chelsea. Era una oportunidad de oro… Hasta que Arjen se presentó en aquel consultorio londinense. Sólo le serían entregados los estudios de un examen médico de rutina. Lo que escuchó le resquebrajó el corazón.
Pero no el espíritu. Puso todo su empeño para salir adelante y, en cuestión de meses, fue dado de alta.
Lucha que hizo todavía más grande y fuerte su espalda, esa que ayer volvió a quedar sin carga cuando Robben acarició el balón para dar rumbo a un juego que parecía llegar a los tiempos extra, tal como sucedió en la final del año pasado, duelo que los bávaros perdieron ante el Chelsea en serie de penaltis.
Fracaso adjudicado al cuestionado “cisne”. El Bayern pudo coronarse en el tiempo suplementario, mas Petr Cech le robó la gloria al detenerle una pena máxima a Robben.
Enésima frustración de un jugador marcado por la calamidad. Tristeza que se unió a la experimentada tres años antes, cuando perdió —también con los germanos— el encuentro por la Orejona, ante el Inter de Milán.
Malaria acentuada en la final del Mundial Sudáfrica 2010. Tuvos dos mano a mano frente a Íker Casillas antes de que Andrés Iniesta marcara el gol del histórico campeonato español. Falló ambos. La leyenda de su mala suerte aumentaba.
Tres capítulos más de esta conmovedora historia se escribieron ayer sobre el pasto sagrado del estadio Wembley. Arjen pudo evitar el drama y aniquilar al combativo Borussia Dortmund, pero el guardameta Roman Weidenfeller detuvo todos sus remates. El último, con la cara.
Jupp Heynckes, el hombre que se irá del Bayern Munich para abrir paso a Josep Guardiola, se acomdó el nudo de su corbata una y otra vez. El embrujo de Robben amagaba con caer sobre el favorito.
Teoría reforzada con la inexplicable patada de Dante sobre Marco Reus. Ilkay Gündogan marcó el penalti (68’). La anotación de Mario Mandzukic (60’), tras un fortuito pase de Robben, sólo era un punto destacado en el anecdotario de la final.
Al igual que las atajadas de Weindenfeller y Manuel Neuer, quien controló el torbellino amarillo desatado en los minutos finales.
Batalla sin héroe claro… Hasta que aquel balonazo tomó mal parada a la defensa del Borussia.
El incanzable Franck Ribéry lo controló y volvió a sacar de la chistera un pase de fantasía, digno del partido más importante en el torneo que hace ver al futbol como ciencia ficción.
Lo demás, el colofón de un script elaborado con mágica precisión, en el que Londres es clave.
El criticado “cisne” se deshizo del central Mats Hummels y superó al arquero rival con un delicado toque. No necesitaba más. El guión estipulaba que se embriagaría de felicidad en la ciudad favorita de los escritores.
Inmejorable déjà vu para un hombre que no sólo se ha repuesto de las críticas. Salió adelante del terrible diagnóstico médico que escuchó hace casi una década en Londres, esa urbe que anoche se rindió a sus pies.
Por eso tardó en asimilarlo. Al fin es el héroe popular, porque ya era el de su vida.