El 23 de junio de 1987 no es una fecha cualquiera para los aficionados del Club Correcaminos. Es el día en que el equipo logró lo impensable (más en la actualidad) el día en que los corazones tamaulipecos latieron al unísono en una sinfonía de esperanza y triunfo.
Ese día, hace ya 37 años, los Correcaminos ascendieron a la Primera División del fútbol mexicano, en una dramática tanda de penales que quedó grabada en la memoria colectiva de todos aquellos que vivieron el momento y que lo siguen recordando a través de los videos -chinita se pone la piel al ver la hazaña-.
Pero hoy, más de tres décadas después, la indiferencia parece haber echado raíces en el corazón del club. Este año, el aniversario de ese glorioso ascenso pasó sin pena ni gloria, sin una sola mención en las redes sociales del club. Un olvido que duele, que indigna, y que debería avergonzar a quienes tienen la responsabilidad de preservar y honrar la rica historia de la institución.
¿Cómo es posible que un logro tan significativo, un logro que definió el rumbo del equipo y enardeció a una afición entera, haya sido ignorado? En tiempos donde la memoria es frágil y los recuerdos necesitan ser avivados, el silencio del Club Correcaminos resulta no solo decepcionante, sino también una falta de respeto a aquellos que convirtieron ese sueño en realidad.
El ascenso de 1987 no fue un mero evento deportivo; fue un acto de coraje, de perseverancia, y de amor por el fútbol. Fue el reflejo de una comunidad que se unió en torno a su equipo, que vibró con cada gol, que sufrió con cada jugada, y que finalmente estalló en júbilo cuando el sueño se hizo realidad en el estadio Azteca. Ignorar esta fecha es ignorar a todos los jugadores, directivos y aficionados que hicieron posible esa hazaña.
Es olvidar el sacrificio, el sudor y las lágrimas que cimentaron el camino hacia la gloria.
En una era digital donde un simple tweet puede mantener viva la llama de la historia, la omisión del Club Correcaminos es inexcusable. Las redes sociales no solo sirven para informar de los partidos próximos o para compartir resultados y exponer buenas fotografías; son una herramienta poderosa para conectar con la afición, para rendir homenaje a los héroes del pasado y para inspirar a las futuras generaciones.
Es crucial que el club rectifique este error. Que reconozca y celebre cada año ese momento cumbre, que lo haga con orgullo y con la pasión que caracteriza a sus seguidores. Porque un club sin memoria es un club sin alma. Los Correcaminos deben recordar de dónde vienen para saber hacia dónde van. La historia no se puede borrar con el silencio; merece ser contada, año tras año, con el mismo fervor que aquel 23 de junio de 1987.
Hoy, como aficionado y como periodista, levanto la voz por la memoria, por la historia y por el respeto que merecen todos aquellos que alguna vez vistieron la camiseta de los Correcaminos y dejaron su huella imborrable en el campo. La grandeza de un club no solo se mide por sus victorias presentes, sino también por la forma en que honra y recuerda sus momentos de gloria pasados.
Que nunca más se olvide una fecha como esta, porque es en el recuerdo donde reside la verdadera esencia del equipo.