Fue una noche mágica, un partido sublime, con el Chaco convertido en crack y Corona vestido de frac. La primera parte dejó ver la mejor versión del Cruz Azul con la pelota, mostrando su explosividad ofensiva con dos goles. El complemento presumió sus fortalezas defensivas y habilidad en la contra.
Fueron tres goles irrefutables, tres goles que encendieron la llama de la esperanza en un equipo que no gana liga desde hace quince años, y que hoy puede volver a ilusionarse.
Ni tiempo de respirar tuvo el Santos ante el embate de una verdadera Máquina, que arremetió con fuerza desde el silbatazo inicial, y con un centro de derecha izquierda llegó el primer gol, a través de un cabezazo de Gerardo Flores cerca del área chica, sólo y su alma, ante el desconcierto de la zaga santista y su arquero.
Los cementeros mantuvieron el dominio del encuentro con una recuperación perfecta del esférico y transiciones orquestadas por El Chaco que ponían a temblar a la zaga santista. Así surgió el segundo gol, cuando Giménez filtró a Chuletita, éste centró raso para Barrera que prendió la pelota con parte externa al ángulo de Sánchez.
Sobre el final del primer tiempo Santos se animó a jugar y tuvo su primera llegada de peligro con un tiro de media distancia de Salinas, pero ahí empezó el espectáculo llamado Jesús Corona, que a mano cambiada y vuelo espectacular desvió el balón al córner.
La segunda parte sacó el ímpetu local que, después de haber sido borrado en la primera mitad, se volcó al frente, recuperó la pelota y fue incisivo por el centro y los costados, lo que hacía pensar que el gol albiverde llegaría en cualquier momento, aunque Corona seguía siendo factor con sus atajadas.
Cruz Azul se encontraba en la otra cara de la moneda, era momento de jugar sin balón y de mostrar su poderío defensivo y explosividad en el contra ataque, mientras los Guerreros llegaban una y otra vez con centros rasos que eran bien contenidos por la zaga celeste.
El factor Corona seguía causando estragos en los atacantes del Santos, pues se convirtió en un muro infranqueable. Darwin Quintero lo intentó al prender la pelota de bote pronto en el área, pero los manos del cancerbero mantenían el cero en su valla.
El último clavo al ataúd llegaría sobre el final del partido cuando Alejandro Vela recibió un trazo largo en el área, pero antes de poder controlar Rafael Figueroa quiso despejar y metió el balón a su portería, sepultando la esperanza Santista.