El Barcelona regaló hoy un saco de goles a su afición por Navidad, aunque la fiesta azulgrana parece no terminar nunca. Nueve goles a un tierno L’Hospitalet valieron la clasificación a octavos de Copa del Rey, en una nueva oda a La Masia culé y al futbol que tanta felicidad ha traído este año al Camp Nou.
Quizá lo abultado del resultado pueda llevar a pensar que los azulgranas se ensañaron demasiado con su rival, pero todo lo contrario. Guardiola avisó que tan peligrosa era esta eliminatoria ante el humilde L’Hospitalet como la final del Mundial de Clubes ante el Santos.
Ya desde el once inicial, con un dibujo plagado de mediapuntas y un 3-6-1, en este caso con Pedro como hombre más avanzado, flanqueado a sus espaldas por Cesc, Iniesta y Xavi. Pero también en el respeto al rival. No especuló Guardiola y alineó a diez canteranos de partida, siete de ellos campeones del mundo.
Acostumbrado el Camp Nou al teatro del bueno, como aquella vez ironizó Mourinho cuando entrenaba al Chelsea, el partido del Barcelona fue un vodevil con todas las de la ley.
El papel de pícaro lo protagonizó Cuenca, cuando a los diez minutos peleó un balón a Viale, se zafó de él con un suave toque de espuela y, al notar el contacto del defensa visitante, se dejó caer en el área. Cayó él y cayó el árbitro en la trampa. El penalti lo ejecutó Pedro con éxito y sin duda, ansioso de recuperar confianza.
Todo lo burdo que resultó el primer gol quedó compensado poco después. Hundido el ímpetu inicial de L’Hospitalet, el vodevil azulgrana se puso en marcha. Un juego de entradas y salidas, de puertas que se abren y cierran, de jugadores que aparecen y se esfuman. Geometría sin posiciones. Orden en la anarquía.
En una triangulación de fantasía a los 18 minutos, Xavi recibió en la frontal, lanzó un pase tiralíneas a Cesc y éste asistió a Iniesta, que remató a placer con la portería vacía. Cuatro minutos después, Thiago presionó a la defensa visitante, robó un balón en la frontal y con un baile de cintura sentó a Craviotto (3-0).
En la fiesta del Camp Nou, con más asistencia de la prevista y un público que bajó enteros a su edad habitual, Iniesta se lesionó en un choque con el meta visitante. Pep lo retiró del campo y poco después también a Xavi, quizás para evitar otro susto parecido.
Antes, el cerebro de Terrassa había puesto el cuarto en el marcador, jugando a ser falso nueve e intercambiándose papeles con Cesc. Por un momento parecieron cruzar sus miradas y entender el significado de todo. Cesc le envió una asistencia por encima de la defensa y Xavi, con la ayuda del palo, no perdonó.
Había apenas pasado media hora y el partido estaba visto para sentencia, pero el Barça siguió jugando como si la eliminatoria estuviera en un hilo. Ante el muñeco de trapo que eran los de Vinyals, Tello armó un contragolpe perfecto que él mismo definió.
Si al Barça le gustan las ‘manitas’, esta vez a punto estuvo de hacer una en cada tiempo. A los cinco tantos de la primera parte sumó otros cuatro tras el descanso, todos ellos cocinados entre un par de chicos de La Masía que se mueren de ganas de cubrir la ausencia de Villa.
Justo tras la reanudación, Cuenca batió a Craviotto con un disparo cruzado a pase del chispeante Tello. El mismo Cuenca forzó un penalti, esta vez claro a más no poder, que transformó Thiago. Y Tello respondió con un octavo que el Camp Nou agradeció con una ola entusiasta.
Vive el barcelonismo una Navidad eterna y por eso quisieron los de Pep poner un lazo a su regalo a la afición. Cuenca, a diez del final, torpedeó a un desesperado meta visitante, y a punto estuvieron los azulgrana de cuadrar el círculo. El décimo no llegó, pero al Barça parece haberle tocado un Gordo de una lotería que no acaba. Ya está en octavos.