En algunas ocasiones en la historia del deporte ha aparecido un hombre que cambió el rostro de una disciplina, Michael Jordan hizo eso, y más.
Su nombre y su icónico numero ‘23’ son conocidos a nivel mundial, hasta en los rincones más remotos del planeta, alguien intenta lanzar el balón, meterlo en el aro y soñar que es ‘Air Jordan’, al pretender volar y ser el mejor del mundo.
La carrera deportiva de Michael Jeffrey Jordan inició mucho antes de llegar a los Bulls de Chicago, cuando Carolina del Norte, una de las mejores universidades de basquetbol a nivel colegial, fijó sus ojos en él.
“Es un mito cuando se dice que no sabíamos lo que teníamos en Michael Jordan, hicimos un gran esfuerzo para mantener en secreto el hecho de que lo íbamos a reclutar”, relata Dean Smith, su entrenador en la universidad.
Con los Tar Heels se consagró campeón universitario en 1982 y se destacó como uno de los mejores jugadores de su generación, la NBA lo esperaba, y con ello, la leyenda iniciaba.
Sus habilidades en la duela lo hicieron un jugador único, inigualable, ya fuera atacando el tablero o defendiéndolo.
En su paso por los Bulls, y posteriormente con los Wizards de Washington, muchos intentaron derribarlo: ‘Magic’ Johnson, Larry Bird, Clyde Drexler, Patrick Ewing, Reggie Miller, Karl Malone.
Todos cayeron ante su magia, ante sus tiros de último momento y ante sus deseos fervientes de ser el mejor, a 10 años de su retiro, nadie lo olvida; al contrario, siguen imitándolo, no sólo por sus seis anillos de campeón de la NBA, sus cinco nombramientos como Jugador Más Valioso de la temporada.
Sus 14 selecciones al Juego de las Estrellas, o sus dos medallas de oro olímpicas, sino porque fue el hombre que plantó la semilla de lo que hoy es la NBA.
Más que eso, Jordan revolucionó el deporte como fenómeno global.