Es un movimiento repetitivo. Mecánico. Bien aprendido y también ejecutado. Patricio Araujo toma el rodillo y lo introduce en la cubeta con pintura verde. Sacude cuidadosamente el exceso. Luego, lo lleva hacia la pared. Sube y baja con cadencia, al tiempo que el patio del Orfanatorio Magdalena Sofía A. C. toma color.

Tiene el cabello cubierto de polvo. Las manos y brazos son elegidos por infinidad de gotas verdes como el refugio donde habrán de secar. El short sufre la misma suerte. Hoy, “El Pato” no usa ropa de concentración. Igual que el resto del equipo, lleva prendas cómodas. Es día de trabajar duro. Pero la causa es buena y el rojiblanco sonríe.

La semana de labor social ordenada por la directiva, lleva a Chivas hasta el oriente de la ciudad. Sobre la avenida Belisario Domínguez, Víctor Perales sube la escalera por un lado. El otro es ocupado por Marco Fabián. Sus rodillos están unidos a un largo palo que les permite pintar de mejor forma la fachada.

Ahí se corren riesgos mayores. El colorido líquido se vuelve implacable desde la altura. Una cantidad se queda en la pared, pero la otra, irremediablemente, obedece a la gravedad y cae sobre los pintores rojiblancos. Kristian Álvarez los observa ahora desde abajo. Ya le tocó, minutos atrás, estar en la cima.

El Superman sobre la camisa de Marco Fabián tiene ya el mismo tono de la fachada del Orfanatotio Magdalena Sofía. El rostro del futbolista luce similar. Kristian Álvarez, por la espalda, acerca su rodillo y pinta el cabello de su compañero. Hay carcajadas. La semana de labor social en el Guadalajara es, de cierta forma, un “castigo” pues pospuso las vacaciones del plantel. Pero hoy, la mayoría de jugadores disfrutan.

Una aficionada llega en bicicleta, por la avenida. Lleva una camisa rojiblanca en las manos. Al bajar, pide a Fabián un autógrafo. Saca el teléfono móvil, para tomar también una fotografía. Álvarez interrumpe: “¿Crees que sea chiva?”, dice, mientras señala el transporte de dos ruedas adornado con distintos motivos del Rebaño Sagrado.

Marco pide prestado el vehículo. “Déjeme dar una vuelta”, solicita. Arranca con destreza. Recorre la cuadra. “Ya no va a volver”, replica Álvarez. Todos ríen. El Rebaño Sagrado se divierte justo en el día que el club cumple 107 años de historia. Por un momento, el plantel se olvida de la profunda crisis de resultados.

Cuando regresa la bicicleta a su dueña, ella recalca su pasión. “Mire, pa’ que vea que soy bien chiva”, dice. Le muestra su celular, que tiene como fondo de pantalla una imagen del Rebaño Sagrado, en la que, además, aparece una dama de curvas pronunciadas con los colores del equipo. “¿A poco es usted?”, pregunta Fabián. “¡Eso quisiera!”, le responde. La carcajada de los presentes es inmediata.

Dentro del Orfanatorio, la labor está por concluir. Jorge “Chatón” Enríquez se divierte haciendo bromas. Con el rodillo, recorre el patio recién arreglado por los rojiblancos y deja huellas de pintura, lo mismo en la ropa de periodistas, que en el cabello del preparador físico, Daniel Ipata o en la calva de Simon, el fotógrafo del equipo.

Después de pintar, el plantel toma asiento en el piso de un salón, junto a pequeñas y pequeños del orfanatorio. Las niñas más grandes han salido ya de clases. En su expresión se nota la agradable sorpresa al ver lo que ha hecho Chivas con el orfanatorio. Comparten frituras con el Rebaño Sagrado. Reciben del equipo obsequios como libros para colorear y dulces.

La madre superiora agradece la visita y el trabajo. Luis Pérez toma la palabra. “Es un orgullo convivir con ustedes. Nos dejan una sonrisa y los llevaremos en el corazón. Tienen en nosotros muchos amigos a partir de hoy y en lo que podamos ayudar, lo haremos”, promete el mediocampista.

“¿A quién le van?”, pregunta la madre. “¡A Chivas!”, responden los niños, a coro. La visita ha terminado. El Rebaño Sagrado se ha divertido, pero lo más importante es que con rodillo y pintura, ha hecho una buena obra, en la semana de labor social.