Confiesa que entre todo aquel mar de gente, aquella expectación, tuvo miedo. Julio César Chávez revivió aquel día en que colmó el Estadio Azteca con más de 132 mil almas, máxima prueba de que en él, México tenía una leyenda.

Aquella noche del sábado 20 de febrero de 1993, el hijo pródigo de Ciudad Obregón, Sonora, despachó en cinco episodios a un hablantín Greg Haugen que, así como muchos que pensaron que JC no llenaría el Coloso de Santa Úrsula, se equivocó al pensar que tenía los tamaños para derrocar la figura del mejor boxeador mexicano de todos los tiempos.

“No fue mi pelea más grande”, asegura un Julio César contento, porque aunque pasan los años, aún la gente recuerda sus hazañas. “Había una gran atmósfera, ya había tenido otras peleas importantes, más duras; con (Héctor) el Macho Camacho paralizamos México y creo que por haberle ganado se llenó el Azteca”, confiesa el campeón.

Sin embargo, ante aquella majestuosidad, tuvo una sensación que, acepta, nunca había tenido en 23 peleas de campeonato del mundo.

“Tuve miedo. Ni yo mismo lo creía, nadie creía que se iba a llenar el Azteca, que se iba a quedar gente afuera, fue algo muy emocionante.

“Hice 12 minutos del camerino al ring. Toda la gente me quería tentar, tocar, y ni pasar (se podía) por la cancha, estaba todo lleno, y sí me dio miedo la verdad, más por mis hijos que aún estaban chiquitos”, agrega el primer tricampeón en la historia del boxeo mexicano.

“Pero nunca tuve miedo de subir al ring. No quise noquearlo rápido, quise darle una paliza para taparle la boca y así fue, gracias a Dios todo salió a mi favor”, rememora el ex campeón.

Aquella noche se maximizó su arrastre con el público, mismo que le valió hoy un récord Guiness por haber convocado a 132 mil 274 fanáticos. Inolvidable.