Antes de la Batalla de Berlín, una de las primeras grandes derrotas de Adolf Hitler ocurrió durante los Juegos Olímpicos de 1936 celebrados en la Alemania nazi. Jesse Owens se colgó cuatro medallas de Oro para erigirse como la leyenda del hombre de color que desafió con sus triunfos al Tercer Reich, un mito cuya historia se tergiversó a través del tiempo y se convirtió en una pesada losa con la que cargó el estadounidense hasta su muerte.

Nacido en Oakville, Alabama, en 1913, Owens falleció un día como hoy pero de 1980, a los 66 años de edad. El menor de una familia de 10 hijos fue testigo de la Gran Migración Negra, derivada del profundo racismo en el sur de Estados Unidos, un fantasma que lo acechó en su trayectoria colegial en Ohio State, al no poder ser beneficiario de una beca deportiva pese a sus éxitos, ni dormir en el campus debido a la agudeza de la segregación racial.

Pero Owens tapó bocas al ritmo de su zancada. Tan solo en 1935, un año antes de alcanzar la gloria olímpica, estableció tres récords mundiales en el Big Ten Conference, en la que fue considerada la gesta más grande del atletismo desde 1850. Fue así que llegó su cita con la historia.

AP

En agosto de 1936, en Berlín, Owens tenía tan solo 22 años, pero ni su corta edad ni el hostil escenario repleto de afiches y enormes mantas con esvásticas nazis fueron impedimento para colgarse cuatro medallas doradas, en los 100 metros, 200, 4×100 y en el salto largo. La teoría de la raza aria como superior al resto había sido apabullada por la irrupción de un portentoso hombre afroamericano.

Así nació la leyenda del atleta de raza negra que triunfó en la Alemania nazi, unos años antes de que el ejército soviético ondeó su bandera en Berlín para anunciar la caída del régimen de Hitler. Pero a la par, diversas versiones falsas sobre la historia de Owens se colgaron de su legado.

Que si Hitler se fue antes del estadio para no entregarle la medalla o que si había una fotografía prohibida en la que le daba la mano. Los mitos empañaron su momento de gloria y la épica se evaporó fugazmente, por lo que Jesse tuvo que desempeñarse en pequeños trabajos en una lavandería, o dirigir una liga femenina de beisbol; o hasta prestarse a correr contra un caballo y un perro para llevar la comida a la mesa.

Entre los discursos motivacionales que se vio obligado a impartir para sumar en su cuenta de ahorro, daba al público lo que el público quería oír, la historia ‘best seller’ de un negro que obligó a Hitler a abandonar el estadio olímpico, una historia apócrifa que tantas veces repitió que acabó por convertirse en verdadera y cansado de desmentirla inútilmente, acabó por creerla.