Si de percepciones se trata, pocos personajes en la NFL polarizan tanto las opiniones como el quarterback de Nueva Inglaterra, Tom Brady. Con él, o es negro o es blanco. Lo amas o lo odias. No parece haber nada en medio.

A lo largo de casi 15 años desde que arribó a la NFL, dos narrativas muy tradicionales se han usado para describir su brillante carrera. Ambas parecen contradecirse, aunque no es así, pero es justo eso lo que transforma a Brady en un personaje único e incomparable.

Thomas Edward Brady Jr. nació en San Mateo, California, el 3 de agosto de 1977. Fue el único varón y también el hijo menor dentro de una familia de cuatro hermanos.

Criado bajo la religión católica, Brady comenzó su amor por el futbol americano desde que era un niño. Su padre, un aficionado de los 49ers de San Francisco, solía llevarlo a los partidos al Candlestick Park, donde conoció a su primer y máximo ídolo: Joe Montana.

Su carrera como deportista de alto rendimiento comenzó a tomar forma en la preparatoria Junípero Sierra, donde además del futbol americano practicó basquetbol y beisbol; jugaba como catcher y su desempeño le valió ser elegido en el Draft de 1995 por los Expos de Montreal.

A Brady le gustaba el beisbol, pero desechó esa oportunidad porque tenía algo en mente: emular a Montana.

Para lograr ese objetivo, aceptó una beca para enrolarse en la Universidad de Michigan. Con los Wolverines comenzó a escribir la parte de su historia que muchos reconocen y aplauden. Sean o no aficionados de los Patriots.

En esos primeros años universitarios, Brady llegó a ser séptimo quarterback del equipo. Sus sueños de ser otro Montana parecían acabados y su depresión fue tal que tuvo que acudir con psicólogos. Consideró dejar Michigan y enrolarse en la Universidad de California para, al menos, estar más cerca de casa, pero decidió quedarse a librar una batalla por la titularidad. Una batalla que terminó por ganar.

En su primer año como titular, Brady impuso marca de pases completos y los Wolverines ganaron 20 de los 25 partidos en los que él abrió, probando que era un líder natural.

El problema para muchos jugadores como Brady, es que el liderazgo es algo tan intangible que no es valorado mucho por los buscadores de talento, quienes se concentran más en la fuerza del brazo, la velocidad en las 40 yardas o en el salto vertical, pruebas en las que el quarterback salió muy mal calificado en el Scouting Combine.

Quizá por eso, en el Draft del 2000, el resto de los equipos de la NFL miraron hacia otro lado y no fue sino hasta la sexta ronda —cuando 198 jugadores habían sido elegidos— que Brady llegó a Nueva Inglaterra.

Con los Patriots, Brady comenzó su primera temporada como cuarto quarterback detrás del titular Drew Bledsoe, el veterano John Friesz y Michael Bishop, pero eventualmente fue ganando terreno y para su segundo año, cuando Bledsoe sufrió una lesión en el segundo juego de la campaña ante los Jets, se adueñó de la titularidad para nunca más soltarla.

Esa temporada, Brady guió a los Patriots de vuelta a un Super Bowl, al que llegaron desfavorecidos por 14 puntos ante la explosiva ofensiva de los Rams de San Luis, con Kurt Warner y Marshall Faulk. Pero Nueva Inglaterra sorprendió al mundo al conseguir el campeonato y Brady se volvió el chico de los posters para todos aquellos que gustan de una historia de inspiración.

Brady y Nueva Inglaterra ganaron otros dos campeonatos en el Super Bowl XXXVIII y XXXIX para ponerse muy cerca de igualar a su ídolo Montana, quien ganó tres anillos de campeón.

Pero apenas un par de años después de eso, los juicios de valor sobre la personalidad de Brady comenzaron a cambiar de tono: el gris comenzó a asomarse sobre el blanco durante la temporada de 2007, en la que Nueva Inglaterra terminó sin derrotas; los Patriots gustaban de humillar a sus rivales, de seguir pasando a pesar de tener cómodas ventajas o jugársela en cuartas oportunidades, con el único objetivo de seguir anotando puntos.

Brady parecía gozar humillando a los débiles. Algo contrastante porque se suponía que él un día lo fue.

La mala imagen de Brady y los Patriots se elevó exponencialmente cuando, previo al Super Bowl XLII ante los Giants, se desató el escándalo conocido como ‘Spygate’.

La NFL encontró culpable al equipo de videograbar las señales defensivas en un partido de temporada regular ante los Jets y sancionó a Belichick con medio millón de dólares, la multa más severa impuesta para un entrenador en la historia.

Coincidencia o no, sobre el campo los Patriots perdieron una vez más ante Nueva York en el Super Bowl XLVI, dejando a Brady con un par de derrotas en el juego por el campeonato, algo que Montana nunca conoció.

Este año, el guión de lo que ha sido su vida escribió un capítulo extra porque Brady fue mandando a la banca en una paliza de 41-7 ante Kansas City y su lugar fue tomado por Jimmy Garoppolo. Con 37 años de edad, muchos analistas gastaron tinta y horas aire en medios de comunicación afirmando que era el principio del fin para Brady.

Pero él, acostumbrado a tener a las dudas como compañeras durante toda su vida, no hizo caso y ahora tiene a los Patriots en la antesala de un cuarto título, con el que igualaría a su ídolo Montana y a Terry Bradshaw como los quarterbacks con más triunfos en un Super Bowl. Una derrota lo igualaría con John Elway como el quarterback con más derrotas.

El domingo por la noche, la historia juzgará a Brady en una sola tonalidad. ¿Será blanca o será negra?