Todo comenzó con José Luis Brown, líbero albiceleste, quien se elevó estoico sobre un puñado de alemanes para enviar la redonda al fondo de las redes; un venenoso centro deBurruchaga, al 23’, impulsó el primer presagio de un equipo para la historia.

Ese 29 de junio de 1986, Argentina se midió a la entonces Alemania Federal en el Estadio Azteca. La Final del Mundial de México, hace 30 años, enfrentó a dos titanes del torneo y culminó con la gloria albiceleste.

Iniciada la segunda mitad, y con ventaja de un tanto, llegó Jorge Valdano, con el 11 en la espalda, para lograr el 2-0 tras una definición tan exquisita como las letras que hoy reafirman su legado; de parte interna y al poste más lejano, arrancó la fiesta para sus paisanos.

Pero a Alemania nunca se le puede dar por vencida. Restaban menos de 20 minutos para el final y aparecieron dos chispazos teutones. Al 74’ anotó Rummenigge y le secundó Völler al 81’; un contrarremate al interior del área significaba el espeluznante 2-2, por lo que el pavor sudamericano no se haría esperar.

Con el panorama más sombrío a cuestas, y la sonrisa aniquilada de un ‘sopetón’, los dirigidos por Carlos Bilardo tuvieron que duplicar esfuerzos, al menos por última vez, para besar esa Copa que ocho años atrás empuñó Daniel Passarella en el Monumental de River Plate.

El último atisbo de esperanza partió del botín izquierdo de Diego Maradona; desde el centro del campo envió un pase tan preciso como precioso a Burruchaga, quien casi de la nada emergió en una carrera tan fugaz como eterna para concluir una obra maestra fincada en siete partidos.

Esa recorrida del ‘Burru’, desde los albores del círculo central hasta las cercanías del área chica, detuvo al mundo por casi seis segundos para culminar con el Pelusa por todo lo alto, sonriendo y alzando la Copa FIFA.