Ciudad Victoria, Tamaulipas.- El partido entre Correcaminos y Loros de Colima tenía ingredientes que lo hacían un encuentro importante, significativo y crucial para la escuadra naranja.

Emocionalmente era una oportunidad para decirle a su gente que el equipo estaba para la liguilla. El triunfo significaría un regalo para quienes semana a semana siguen al equipo naranja. Un detalle merecido por quienes no se van.

Durante la semana la afición estuvo consciente de lo complicado que sería que su equipo consiguiera el triunfo y más aún, lograra sumar para aspirar a un lugar en la fiesta grande del Ascenso MX, la liguilla.

El 2×1 en la entrada general no hizo diferencia, solamente asistieron los fieles, los que nunca se van, esos que a pesar de “los contra” de los que eran conscientes, decidieron darle una oportunidad más al equipo de sus amores.

Llegó el viernes, llegaron las 20:00 horas y el silbatazo inicial sonó.

En las gradas, el aficionado estaba ansioso, silencio, exasperado, pues mientras muchos presenciaron el gol al minuto cuatro de iniciado el partido, otros lo vieron cuando entraban por las puertas del MRG y otros más apenas tomando su lugar.

El descontento era general, la desesperación de saber que la posibilidad de disfrutar una liguilla por lo pronto se había esfumado, sin embargo, seguían ahí.

Creyendo en el naranja, apostando por un gol. Siendo testigos de cómo la pelota no encuadraba en la red rival.

En cada jugada de peligro que Correcaminos hilvanaba, la grada se levantaba con aquel impulso y deseo de poder gritar el gol que les diera un respiro, que los hiciera dejar de estar apretando los puños, mordiéndose las uñas, inquietos.

Sin embargo, en lugar de terminar en desahogar el gol, culminaba con un ahogado grito de hartazgo.

Con la ansiedad de estar en la tribuna y no ser de los once que estaban en el rectángulo verde para desquitar esa desesperación, tomar el balón y meterlo en la red.

Los minutos avanzaron, el medio tiempo solamente sirvió para conversar de lo que no estaban haciendo los once jinetes en el ruedo.

Y así inició la parte complementaria, los ojos de los presentes no se quitaban del balón que seguían de lado a lado de la cancha y terminaba por rebotar en el poste, por ser desviado por el arquero o volado por el botín del jugador.

Faltas, trabas, caídas, pausas, todo era desesperante para el que estaba en la tribuna, que fue tan solo a sufrir, a quedarse en el “casi”, “chin”, “por poquito”.

Llegó la lluvia, el viento y el estadio no se vació, la gente se movió de lugar para resguardarse, otros soportaron la humedad y el frío que a momentos se vivió, ese que comulgaba tan bien con lo que sucedía dentro de la cancha.

Avanzó el reloj y nada relevante sucedió, solamente aumentó el descontento y la decepción en la tribuna.

De pronto en tiempo cumplido llegó Ever Guzmán con el anhelado balón al fondo de la red, los asistentes pudieron por fin gritar el gol, que de nada sirvió, pues no había nada que festejar.

Inmediatamente después todo terminó, los fieles expresaron su decepción y abuchearon, reclamaron y poco a poco salieron en silencio del estadio, cabizbajos.

Una vez más, un partido más, un torneo más, Correcaminos se complicó el panorama, una vez más el equipo naranja está en una situación, difícil y poco alentadora.

Sin embargo, el aficionado fiel, aunque molesto y desanimado todavía tiene una vela de esperanza encendida; que los vientos soplen a favor de Correcaminos y se logre lo que parece imposible hasta hoy. Calificar.